La Ciudad Vieja, el casco histórico de la siempre discreta Montevideo, ha sido un lugar de puerto, marineros, tango y lo que también a todo eso viene asociado: el delito. Parece que no es más el caso. El Ministerio del Interior ha incorporado un set de cámaras en las calles que permiten monitorear buena parte de la Ciudad Vieja y según el Ministerio el delito ha descendido o al menos se ha «corrido» desde que las cámaras han comenzado a operar. Las cámaras nos traerán la victoria contra el delito (o una parte de él). Aún Uruguay no tiene el centro de seguridad de Nueva York donde 3000 cámaras constantemente monitorean la ciudad, e incluso firmas privadas instalan cámaras para el gobierno como describe David Sasaki en este post, pero tengo bastante fé que podríamos llegar porque a fin de cuentas «Uruguay es el mejor país». ¿Afectan las cámaras de seguridad impuestas por el Estado nuestras libertades civiles? ¿ Son un mal necesario en tiempos de inseguridad? ¿ Son las cámaras el mál de la «éra de la vigilancia» llena de voyeurismo digital?
1) Privacidad, siglo XX y después
No siempre hemos sido tan afectos a la privacidad. En pequeñas comunidades los humanos tendemos a no preocuparnos tanto por quien nos mira, porqué y que tantos secretos debemos proteger. Cuando estuve en la isla de Tonga, ubicada en el Pacífico una de las cosas que más me sorprendió era justamente el grado de cohesión social (y falta de privacidad) que tenían los tonganos (y tonganas) sin que esto fuera vivido como un problema para ellos. Los trabajos de Lee en las Islas de Salomón son por supuesto más elocuentes que mi corta estadía en la isla. Historias similares se encuentran en grupos de aborígenes en Brazil y otras partes del mundo. Sin abusar del argumento cultural, es cierto que la privacidad no significa lo mismo en Tonga, Noruega o América Latina.
En nuestra tradición occidental derivada de la luchas liberales en Europa, privacidad tiene un sentido bastante claro. Frente al Estado como dicen varías constituciones de América- «Las acciones privadas de las personas que de ningún modo atacan el orden público ni perjudican a un tercero, están exentas de la autoridad de los magistrados»- (Art.10 Const. Uruguaya) y también algunas leyes regulan el derecho a la privacidad en materia de los datos que recaba el Estado y privados, y que debe ser considerado en principio sensible y privado. ¿ Es un paseo por Ciudad Vieja un acto privado finalmente? ¿ Y un paseo por el Parque? ¿ O por el micro-centro porteño o de la Ciudad de México? Probablemente no, pero si ese paseo es combinado con técnicas de identificación facial como las que Facebook adquirió y con acceso a toda la información que el Estado posee sobre mi ese paseo puede ser muy informativo para quien esté del otro lado de la cámara. Y si mis paseos son sistemáticamente analizados pueden decir mucho de mí, cosas que tal vez no quisiera compartir con nadie, como el médico que visite, si tenía un/a amante en algún rincón de la ciudad, o si tal vez, de forma ocasional, me gusta hacer arte urbano con algún spray. Las cámaras no son más que un reflejo de un fenómeno un poco mayor en el cual todos nuestros datos son recolectados por muchos agentes y no necesariamente estatales. Si usted usa mucho Facebook vaya sabiendo que ellos pueden predecir hasta sus preferencias sexuales en función de los «Me gusta» que generosamente usted entrega en su plataforma. La diferencia es que mientras finalmente el unirse a facebook es un acto libre bajo ciertas condiciones donde usted elige un servicio, caminar por la calle es el ejercicio de su derecho a la libre circulación, el cúal por supuesto puede ser regulado por ley. La realidad es que la tecnología (en puridad, las tecnologías) han irrumpido de tal forma que es necesario re-definir nuestra privacidad, no solo frente al Estado, sino también al influyente sector privado a nivel global. Facebook, Twitter, Google son actores sumamente relevantes, pero también las firmas que proveen tecnología «de base» y por supuesto los operadores de esas tecnologías. Al discutir esta nueva visión de la privacidad debemos tener en cuenta que gritar histericamente porque el Estado respete nuestra privacidad, mientras entregamos de forma consensuada y sin ningún tipo de control los detalles más íntimos a compañías trasnacionales podría ser una gran disonancia cognitiva. Por otro lado al perder parte de nuestra esfera privada también como sociedad ganamos algunas cosas, la habilidad es claramente identificar el límite.
2) Las callecitas de Buenos Aires…
En Balada para un loco, Piazzola y Ferrer nos invitan a recorrer Buenos Aires en los ojos de un loco un personaje lleno de misterio en las calles porteñas. La poesía de Ferrer empieza
Las tardecitas de Buenos Aires tiene ese que sé yo, viste?
Salgo de casa por Arenales, lo de siempre en la calle y en mí,
cuando de repente, detrás de ese árbol, se aparece él,
mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus.
En un mundo de cámaras – probablemente dispuestas a lo largo de Arenales- este encuentro sería grabado. Posiblemente, en el mundo de la combinación de estas cámaras con estadística, datos abiertos y algoritmos el encuentro tal vez nunca se dé. Posiblemente grupos de fuerza de seguridad (¿ privatizada?) del Estado llegarán rápidamente al encuentro del loco, y entonces al mejor estilo de la película «Minority Report»el loco nunca se encuentre con Ferrer, y la balada nunca nazca. Aunque naciera, sería una balada y un paseo grabado por circuitos de seguridad públicos y privados. Se perdería la magia creativa ante la presencia de quien todo lo ve. Bentham pudo haber estado en lo cierto «cuanto más nos mirán mejor nos comportamos» pero Bentham pensó eso acerca de quienes tenían poder en su tiempo, los servidores públicos y no los ciudadanos. Todos nos comportamos distintos frente a un dispositivo que graba nuestras acciones como cualquier periodista sabe cuando prende un grabador. Por supuesto para esto tiene que haber alguien mirando. De la experiencia británica sabemos que no siempre las cámaras se miran y que no necesariamente el crimen disminuye. Si sabemos que su uso en materia forense puede ser muy útil
3) Poder
La crítica a la vigilancia y en particular a las cámaras es sencilla de artícular. Al decir de un reciente artículo en Brecha La contracara: el voyeurismo, la hiperinflación de imágenes, y la convicción de que toda zona no vigilada por cámaras es insegura. Pero también como muestra Sasaki las cámaras han ayudado a periodistas y activistas a exponer fraude, la corrupción. Las cámaras así como otros artefactos son en mi opinión solo los instrumentos, son finalmente las ideas, las prácticas, los fines y las potencialidades responsabilidades las que determinan su uso.¿ Sería lo mismo para un oficial de gobierno revisar mi registro, si queda anotado que él lo vío? ¿ Y si yo me puedo enterar acerca de eso? ¿ Y si se sabe a ciencia cierta quien está detrás de la cámara? Al final de esta historia siempre se encuentra el poder. No necesariamente un solo poder, sino múltiples poderes en diversos centros y a diversos niveles. A nivel nacional, el Estado y sus agencias de seguridad son ciertamente un lugar donde empezar a discutir. A nivel internacional diversos foros en materia de Derechos Humanos pueden ser de ayuda a dar forma al uso concreto de ciertas tecnologías, así como a nivel de auto-regulación algunas empresas podrán finalmente hacer algo. La Web, otrora paradigma de libertad, también juega su creciente rol en cuanto a tecnología de vigilancia. Una nuevo lógica de «rendir cuentas por la información que se tiene» debería impregnar a quienes más información poseen sobre nosotros. Pero entender cómo se intercalan estos distintos ámbitos de regulación, necesitamos entender quien, qué y como afectara nuestra privacidad.
Hace ya 26 años se argumentaba que en el fondo la destrucción de la privacidad por las computadoras ayudaría a crear una sociedad más humana. Visiones más distópicas implican que como en 1984 la privacidad puede estar muerta, o al decir del Presidente Mujica «va a ser útil educar a la gente para vidas que se puedan volantear, no va a quedar otra que ser derecho». Puede ser, pero no todos tenemos el lujo de de ser «siempre derechos» y los espacios íntimos cumplen un rol trascendente en una democracia. En una era mediada por la tecnología debemos pensar que lo que regula los artefactos, y la inteligencia detrás de ellos sigue respondiendo a nosotros y las decisiones inevitablemente políticas que tomamos.
Este post fue inspirado por las discusiones que se llevan adelante en RightsCon y la fortuita coincidencia de este post de David Sasaki (en inglés) que recomiendo.